Manel Bosch es de aquellos pintores que, pertenecientes como personas a un entorno, saben hacer de su entrega a lo que les rodea su propia personalidad. En apariencia ceden a lo que se les da hecho, pero en realidad realizan el difícil ejercicio de entender para sí y transmitir a los demás lo que la estética tiene de razón y motivaciones de vida.
Nacido y formado en una pequeña población del Maresme como es Montgat, donde lo marinero conjugaba con lo industrial, Manel Bosch halló en los cambiantes colores de la Mediterránea, en las nubes de un cielo afectado por los humos de las fábricas y, en definitiva, en la luz que luchaba por ser pura en medio de las dificultades que nacen de la proximidad a una urbe tan populosa como es Barcelona, su motivación pictórica. Ésta se ha desarrollado principalmente en Catalunya, donde hay tanta variedad de paisajes de interior y de costa, urbanos, con la solidez de las grandes edificaciones y de pequeñas poblaciones que con el blanco encalado de sus casas afirman la pureza de intenciones que laten en la mayoría de los corazones humanos.
Instintivo pero a la vez racional, Manel Bosch sabe captar la importancia aleccionadora del sol que, bien de mañana, empieza a extenderse sobre las tejas de una antigua construcción campesina para dar calor a las ideas de continuidad histórica. Y a la vez entiende la solidez de unas rocas costeras que resisten los embates de las olas porque, como bien se sabe, otras veces serán acariciadas por ellas. Así como encuentra la emoción de un sol que va hacia el ocaso –siempre la luz natural, que es una de las principales características de su pintura– y en una tarde de invierno calienta las fachadas de unas casas del Eixample barcelonés. Se trata de impresiones que adquieren un amplio desarrollo a medida que crecen dentro de una pintura bien construida, ágil en los conceptos y segura dentro de su consolidación en las telas.
Pintor del natural –uno de los pocos que aún prefieren las incomodidades de buscar el tema y representarlo tal como se le aparece– Manel Bosch tiene en la figuración un medio para llegar a explicar formas de vida social. Sus cuadros nos hablan de la conveniencia de entenderse y de preservar el medio ambiente como fuente de goces sencillos y necesarios a la vez.